domingo, 15 de marzo de 2009

Un monumento al derroche


Cuando los Yankees de Nueva York inauguren el 3 de abril su nuevo estadio, los hinchas del béisbol entrarán a unas instalaciones de US$1.500 millones repletas de todos los sellos que caracterizan la extravagancia deportiva del siglo XXI: un lujoso restaurante, un bar con paredes de vidrio y pantallas de video de alta definición por todas partes.

Quienes tengan pases para los palcos de lujo tendrán acceso a un salón aparte para celebrar fiestas y reuniones. Los espectadores que se sienten en las butacas de la sección de primera clase podrán disfrutar de pizza hecha en horno de leña servida por meseros. El precio para disfrutar de este servicio de lujo: US$2.500 por entrada para ver un partido en medio de la peor recesión en una generación en Estados Unidos.

En un ejemplo de inoportunidad extrema, este año se inaugurarán en EE.UU. tres de los estadios más caros de la historia: los de los equipos de béisbol de Nueva York, los Yankees y los Mets, y el de fútbol americano, de los Dallas Cowboys. A un costo conjunto que supera los US$3.500 millones, estas instalaciones fueron desarrolladas y financiadas en un momento en que tanto a las empresas como a los municipios les sobraba el dinero. Ahora, están a punto de abrir sus puertas justo cuando EE.UU. se ha tenido que apretar el cinturón y está intentando evitar a toda costa una imagen de derroche.

"Seamos francos. Si estás recibiendo fondos del TARP, es muy difícil justificar que necesitas un palco (de lujo)", dice Neal Sroka, un agente inmobiliario contratado por el equipo de los Yankees para vender las butacas de primera clase, refiriéndose a los fondos distribuidos a los bancos bajo el Programa de Alivio de Activos en Problemas (TARP por sus siglas en inglés).

Cuando faltan sólo semanas para que el equipo de los Dallas Cowboys estrene su estadio de US$1.100 millones, aún quedan unos 2.000 asientos de primera clase y unas 300 suites de lujo sin vender. Los Mets, que en su momento llegaron a adjudicar sus 49 palcos de lujo, ahora han tenido que volver al mercado después de que uno de sus clientes se arrepintiera.

Cancelaciones

En enero, las críticas públicas obligaron al alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, a renunciar, a cambio de efectivo, a las suites de lujo que la ciudad se había asegurado en los estadios de los Yankees y de los Mets. Bank of America recientemente canceló sus negociaciones con los Yankees sobre un acuerdo de patrocinio de US$20 millones al año. Joe Goode, vocero del banco estadounidense, dice que la decisión se debe en parte al entorno económico y al "estado de ánimo del país".

Citigroup, que ha recibido miles de millones de dólares en ayuda gubernamental, se ha visto obligado a defender su acuerdo de marketing de US$400 millones con los Mets, que incluye el derecho a bautizar el estadio con el nombre de Citi Field. Los Mets han debido soportar semanas de chistes sobre el nombre de su campo, entre los que han surgido alternativas como "El Estadio de los Contribuyentes" o "El Campo del Rescate Financiero", pero por ahora parece que el acuerdo con Citi está a salvo. Un vocero del banco asegura que no se usará dinero de los contribuyentes para financiar el pacto de marketing.

Como reacción a las nuevas circunstancias, los equipos están ofreciendo planes de financiación para las entradas, acortando los períodos de alquiler para las suites de lujo e incluso, en el caso de los Yankees, rediseñando siete palcos sin vender como "suites de fiesta", que se rentarán por partido.

Cuando los Yankees empezaron a construir su nuevo estadio en agosto de 2006, los precios de las viviendas seguían disparándose, las acciones escalaban posiciones y Lehman Brothers seguía siendo un pilar del universo de Wall Street. Entonces, vender 4.300 asientos de primera clase para los 81 partidos que se disputarían de local por temporada parecía un objetivo razonable.

Entre los patrocinios corporativos, los derechos de marca y los palcos de lujo, al menos dos terceras partes de los ingresos de los equipos provienen de empresas en vez de las entradas tradicionales de los fanáticos, calcula David Carter, director ejecutivo del Instituto del Deporte de la Universidad del Sur de California. Con los años, las suites de lujo, que solían ser salas de acceso restringido en lo alto de las gradas, se han convertido en una parte tan integral de un estadio como lo son los puestos de comida. A la vez que los dueños de los equipos trataban de colocar más asientos de primera clase, las empresas, ansiosas por aprovechar nuevas formas de entretener a sus clientes, contribuyeron ávidamente a crear el auge de precios. Todo ese dinero corporativo, dice Carter, ha creado lo que denomina "la burbuja de las entradas". Ahora esa burbuja corre el riesgo de reventarse.

Pese a todo el frenesí por las butacas de lujo, los estadios siguen vendiendo entradas más baratas, pero en menos cantidad. Por ejemplo, el estadio de los Yankees ofrecerá entradas por US$5, pero esos asientos tienen la vista parcialmente bloqueada por el bar con paredes de cristal. Asientos con una mejor vista costarán entre US$12 y US$25, igual que en el estadio antiguo.

Jay Jaffe y un grupo de amigos han compartido sus entradas para ver jugar a los Yankees durante 11 años, pero no están dispuestos a trasladarse al nuevo estadio. Los paquetes para 20 partidos a US$25 cada entrada que querían se agotaron en seguida. En su lugar, la gerencia les ofreció unos asientos a US$85. "Mis palabras literales fueron '¿Me estás ********?'", recuerda Jaffe.

Los ejecutivos deportivos reconocen que el entorno actual ha desbaratado sus planes de marketing. "Si la economía fuera estable, lo habríamos vendido todo en 60 segundos", dijo Lonn Trost, director de operaciones de los Yankees, durante un tour del Club Legends, cuya tasa mínima de membresía cuesta US$500.

"El problema es que la gente ahora no quiere ser vista en un espacio como este".

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